Texto de Iker Suárez y fotos de Encarni Pindado
“Prefiero morir y que me coman los peces a que me coman los gusanos en Argelia» Proverbio argelino
Una nueva ruta migratoria ha nacido en el Mediterráneo: desde las costas de Argelia hasta les Illes Balears. En los últimos meses, las aguas mallorquinas han empezado a recibir migrantes, vivos y muertos. Llegan en sus embarcaciones o aparecen trozos de sus cuerpos asesinados por Europa: brazos, piernas, restos irreconocibles. Restos de la tortura que llamamos frontera, instrumento clave del apartheid global.
El deseado destino mediterráneo, que recibe unos 18 millones de turistas al año —alrededor de 18 veces su población— adquiere pues una nueva función: punto de paso hacia la Europa fortaleza. A medida que las anteriores rutas marítimas y terrestres hacia Europa se cierran por la militarización de las fronteras y el giro anti-migratorio europeo, las Baleares emergen como una nueva puerta de entrada a la cada vez más blindada fortaleza que es Europa.
Todo empieza en Argelia. Sus costas occidentales se convierten en punto de encuentro de migrantes que desean llegar a Francia, Reino Unido, España, etc. Personas argelinas y africanas del Sahel, Burkina Fasso y somalia, de más allá del Sahara convergen en las costas antes de emprender el viaje, que será de 240 km y durará 24 horas. Más corto y más seguro que otros, como la ruta atlántica a Canarias, pero aún así un trayecto ínfimo con la posibilidad de desparecer o morir.
Las autoridades locales, poseídas por aquella joya de la corona de la economía —el turismo de masas—, adoptan una política de transitoriedad. Optan por acelerar la reubicación de aquellos -en su mayoría, hombres jóvenes menores- considerados indeseables, para que no molesten en su ficción paradisíaca de turismo escrita para el Norte. La movilidad desde el sur global es enemiga del proyecto económico de sus clases dominantes: mejor que se vayan pronto (las personas migrantes) a península, si es que no se les puede deportar. (Desde 2022, la deportación de ciudadanos argelinos a su país se ha interrumpido por la ruptura de relaciones amistosas entre España y Argelia por la cuestión saharaui).
Las migrantes llegan y acto seguido son clasificadas: las vulnerables a centros, los “no vulnerables” al abandono. El puerto de Palma se convierte en improvisado espacio de vida para los hombres considerados no dignos del humanitarismo institucional europeo. Aguantan expuestos hasta que les encuentren sitio en un ferry a la península. Ninguna protección y pocas excusas: el objetivo es sacarles de allí.
Se trata de una alternativa ligeramente menos punitiva en un contexto hostil. No pierde por ello su carácter mortífero: las fosas comunes de las islas reciben con frecuencia los restos de los cuerpos encontrados en orillas y olas, sin clasificar en la mayoría de casos, olvidados una vez más como tantos otros en el mar. Existe poco contacto con las familias en origen, y aunque lo hubiera, la mayoría de restos llegan prácticamente irreconocibles.
A pocos metros, turistas de todo tipo cuya diversión hay que salvaguardar. La política local se convierte en una especie de imán, con un polo de atracción centrado en la moneda del norte de Europa, y otro de repulsión, enfocado en todo lo que pueda perturbar ese proyecto. Es esto lo que han empezado a denunciar las compañeras de Mallorca desde hace unos pocos meses.
El antirracismo balear auto-organizado se moviliza para contrarrestar el abandono deliberado, formando redes de apoyo y denuncia. El objetivo: poner en cuestión los intereses imperantes. Visibilizar lo que se quiere ocultar y apoyar a aquellos intencionadamente desamparados con lo más necesario: alimentos, agua, información sobre su contexto y acceso a internet para poder comunicarse con familiares, amigos y otros contactos.
La frontera aparece y desaparece en los pliegues del territorio. Cuando una geografía amaina o es reprimida, otra surge. La red caravana, entre tanto, surge allá donde Europa decide ejercer su violencia. El objetivo es detenerla.
Leave A Comment