Me he despertado esta primera mañana del regreso a casa extrañada de encontrarme en mi cama, de no tener a mi lado a mis compas de Caravana. Los pájaros del pequeño pueblo del norte en el que vivo, como cada mañana entonan sus melodías que hoy se mezclan en mi cerebro con los ecos de las voces manifestantes de las cerca de 300 caravanistas por las calles de Salt, Ventimiglia, Palermo, Niscemi o Catania … Nesuna persona e ilegale!!! … los pájaros tocan el chistu, resonando en mi alma desde un allegro vivace a un adagio. Recreo en mi mente tanto la fuerza arrolladora de la Caravana, a una sola voz y múltiples lenguas junto a las activistas italianas, como a las personas en exasperantemente prolongada situación de refugio en el centro de internamiento de Mineo. Paso de la exaltación a la tristeza con rapidez bipolar.

 

Mi espíritu me repite que otro mundo es posible, un mundo en el que unos países no alimenten las guerras en otros, enviando a tantas personas a la muerte o el exilio. Y sin embargo la aplastante situación que vivimos me abofetea con una realidad que rechazo pero que está ahí, inexorable. Me sigo cuestionando qué debemos hacer, cómo ser más estratégicas y eficaces para cambiarlo. Miles, millones de personas esperan nuestras respuestas.

 

Cuando coreábamos No borders, no nations, no deportations me preguntaba y me pregunto hoy más que nunca hasta qué punto seremos capaces de llevarlo a la práctica desde nuestros territorios. Cuando miro para adentro de nuestro complejo país quiero visualizar que es posible, que podemos abrir nuestras propias fronteras a nosotras mismas, comenzando por nuestras mentes y corazones. El respeto, la solidaridad, el cambio, empieza por una misma y continua por el entorno más cercano para avanzar como las ondas provocadas por una piedrecita en un río. Invoco a que el simple aleteo de una mariposa pueda reverberar al otro lado del mundo.

Ángeles Cabria